En Tucumán todas las aguas van al sudeste. Los ríos que descienden por las montañas del oeste hasta las planicies del este, convergen en esta zona de llanura deprimida ubicada por debajo de los 300 metros sobre el nivel del mar.
La zona es habitada por pueblos que desde hace más de 30 años resisten las inundaciones más violentas de la provincia. La semana pasada, en Niogasta, muy pocas precipitaciones bastaron para que 16 familias perdieran todo y otras 57 continúen amenazadas por la creciente del río Chico.
Los pobladores evalúan la posibilidad de abandonar sus tierras. Agotados, ven cómo el lugar que soñaron fértil va camino a convertirse en un pantano. Adjudican al embalse de Río Hondo la causa de sus problemas y culpan a las autoridades de la provincia por el desamparo y la falta de soluciones y de franqueza.
A los largo de los años, los poblados más cercanos al dique, directamente desaparecieron o se convirtieron en parajes apenas habitados a causa de las frecuentes inundaciones. Es el caso de Tobar, San Antonio, Esquina, Sud de Lazarte o Sol de Mayo. ¿Qué ocurrió para que el agua que les dio vida a estos pueblos sea la que los borre del mapa?
Las razones son múltiples. Existe relación entre las inundaciones y el Embalse, pero para ello tuvieron que mediar el cambio climático y acciones humanas marcadas por la falta de previsión y la desidia.
Especialistas nos ayudan a entender la verdadera historia del agua en el sudeste: por qué la problemática se repite y cuáles son las soluciones posibles.
Dique El Frontal: solución para Santiago y complicaciones para Tucumán
Informes del 52 desaconsejaban la concreción de la obra sin antes regularizar las cuencas hídricas tucumanas. La sistematización sigue siendo una cuenta pendiente de la provincia.
La construcción del dique comenzó en el 58 y concluyó en el 67. Los habitantes del viejo Río Hondo abandonaron el pueblo y el embalse se construyó alrededor de él. Una vez lista la obra, los ríos entraron dejando literalmente a la ciudad bajo el agua: con las intactas casas vacías y sus árboles aún en pie.
El embalse de Termas de Río Hondo permitió a Santiago del Estero, la vecina provincia, el suministro de agua potable, el riego y la generación de hidroelectricidad, entre muchos otros beneficios. Pero lo que resultó beneficioso para nuestros vecinos generó complicaciones de este lado del lago.
“Con la construcción del dique, el nivel freático -acumulación de agua subterránea- se elevó” explica Sergio Georgieff, doctor en Geología e integrante de la ex Comisión de Emergencia Hídrica de la Legislatura. “El nivel pasó de un metro y medio a menos de 50 centímetros de profundidad. De esta manera, suelo se satura y comienza a escurrir: lo que antes se infiltraba, comienza a estar en superficie”.
A esto se suma, según los expertos, una acumulación de sedimentos que produce una elevación en el punto de ingreso de los ríos en la cola del dique, lo que altera la dinámica del curso y produce una especie de vado o remanso.
La primera advertencia
Estas complicaciones eran previsibles al estar vinculadas con las dinámicas de funcionamiento de los diques en cualquier lugar del mundo. Sin embargo se vieron agravadas y potenciadas producto de la omisión de una serie de advertencias.
“El dique se construye en el 67 con informes del 52”, explica Georgieff. “Una de las conclusiones que están en los dictámenes desaconseja la construcción del embalse en tanto no se sistematicen las cuencas hídricas de Tucumán”.
Esto hace referencia a la insuficiencia de los diques El Cadillal y Escaba para contener la enorme red hídrica de Tucumán y la necesidad de profundizar una lógica de interacción interna y con el Embalse de Río Hondo.
“No hay ningún tipo de sistematización continua entre los diques tucumanos y el Frontal. La sistematización de las cuencas es una cuenta pendiente de la provincia desde hace más de 50 años, cuando se creó el embalse”, concluye el geólogo.
Los volúmenes de agua y sedimento del vasto entramado fluvial de Tucumán, sin regulación ni previsiones, comenzó a ser contenido por ese embalse saturando los suelos y comprometiendo la situación de las actividades socioeconómicas de los pueblos del sudeste.
Silenciosamente, el agua comenzaba a ser una amenaza para las poblaciones cercanas.
La Madrid en 1992
Devastada por el agua evidenció lo irreversible
En la inundación de 2017, más de 5.000 de habitantes de La Madrid treparon al terraplén por el que circula la Ruta Nacional 157, de madrugada, escapando de las aguas desbordadas del río Marapa. Tuvieron que permanecer allí durante días en la precariedad más absoluta. Angustiados. Sin saber cuándo el agua iba a ceder.
Motorizados por este desastre, un grupo de autoconvocados integrados por profesionales del Estado, la Universidad Nacional de Tucumán y el sector privado decidieron reunirse para tratar la problemática. Luego fueron reconocidos oficialmente por la Legislatura como Comisión de Emergencia Hídrica.
En su informe de 2019, esta comisión indica 32 factores o aspectos condicionantes del comportamiento hídrico. Y señala la necesidad urgente de políticas de estado y el trabajo junto a las comunidades.
El documento también describe el gran entramado fluvial del territorio, sólo comparable con el de la Mesopotamia, y de él se deduce la inacción de los sucesivos gobiernos a la hora de abordar el tema en toda su complejidad. Esto se mantiene hasta hoy.
Como si la provincia se empecinara en negar al agua: convertir un recurso vital en un problema.
Las alarmas desoídas
De estos 32 aspectos que inciden en la dinámica de los ríos, los especialistas destacan tres por su impacto luego de la construcción del embalse de Termas de Río Hondo: aumento de precipitaciones, red vial transversal a los cursos fluviales y el desmonte y tala irracional.
“Entre el 72 y el 76, se produce un salto climático en todo el continente”, señala Georgieff. “Las precipitaciones aumentaron más de 200 milímetros anuales, lo cual es mucho. Esto resultó en un grave problema ya que la obra del embalse en el 67 se realizó atendiendo a promedios de precipitaciones de los 50 años anteriores: los desbordes y crecidas se intensificaron”.
Este suceso generó complicaciones en toda la provincia. Gran parte de la infraestructura provincial colapsó, por ejemplo los caminos utilizados por los productores agrícolas. En el archivo físico de LA GACETA, las cajas con recortes dan cuenta de lo sucedido: las coberturas relacionadas a inundaciones se multiplicaron a partir de los 70.
A estos problemas se le sumó el agravante de una falta de previsión en las vías de desagüe de rutas y redes ferroviarias: “las rutas en Tucumán corren de norte a sur cuando los ríos corren oeste a este -apunta el geólogo-. Cuando se tapa un puente por un problema de tala de árboles o crecidas que arrastran materiales, las rutas que corren sobre terraplenes elevados terminan actuando como diques de llanura. Los casos emblemáticos son la 38 y la 157”.
Otra circunstancia agravante ocurrió a finales de la dictadura, cuando se fomentó la expansión de la frontera agrícola mediante incentivos impositivos. Esto devino en una deforestación permitida, sin previsiones a mediano y largo plazo. La práctica se extendió en los años 80 y en Tucumán tuvo su pico al inicio de los 90.
“Durante este período fueron deforestados entre un 40 y un 60% de los bosques originales de ribera en la llanura húmeda tucumana”, explica Edgardo Pero, doctor en ciencias biológicas, investigador del Conicet y docente de la UNT.
“Esta deforestación tuvo gran influencia en los procesos de anegamiento del territorio. En la actualidad estos bosques están protegidos por la Ley Nacional de Bosques (Ley 26331) y la Ley Provincial de Bosques Nativos”,explica el biólogo.
Un giro irreversible
Finalmente, se desarrolló una comprometida combinación de elementos: los suelos húmedos sin capacidad de infiltración, el fuerte aumento de las precipitaciones, los puentes y caminos obstruyendo ríos y la tala en las riberas. El descenlace fue dramático: la terrible inundación del 92 en La Madrid.
La inundación anterior a esa fecha en la localidad había ocurrido más de 40 años atrás. La siguiente, y con más potencia aún, ocurrió seis años después, en 1998. Esto indicaba una nueva dinámica: el problema se repetiría cada vez con mayor frecuencia y gravedad.
Las localidades de la llanura deprimida sufrieron más inundaciones en los siguientes años: 2000, 2004, 2006, 2007, 2015 y 2017. Esta última, la más violenta. En esa ocasión, los desbordes sumergieron La Madrid en el barro, expulsando a los pobladores a la ruta: a la intemperie y a la duda.
Esto fue un punto de no retorno: el agua se convirtió en una preocupación y un problema.
Vuelta a un ciclo húmedo
Prevén dramáticas crecidas para 2024
Además de un diagnóstico de la problemática de inundaciones, los especialistas abordaron las posibles soluciones o paliativos.
“Ya que el nivel del lago del embalse de Río Hondo se elevó con los años, en ocasiones se propuso bajarlo”, explica Franklin Adler, ingeniero, ex docente de la UNT, autor del libro “El futuro del agua en Tucumán”.
“Esto significa operar el embalse con un nivel máximo más bajo que el actual. Lo cual implicaría guardar menos agua. Guardar menos agua llevaría a no asegurar las necesidades de quienes necesitan el agua a lo bajo, es decir los agricultores del área de riego del río Dulce. De modo que es utópico considerar esta opción, porque operar el embalse de esta manera produciría afectaciones graves en la economía de la provincia vecina de Santiago”, explica.
Adler asegura además que es en vano pensar soluciones relacionadas a obras de ingeniería: “aunque lo que voy a decir suene políticamente incorrecto, yo pienso que hay que reubicar a las personas perjudicadas por estos problemas -expone-. Estas personas merecen un resarcimiento porque evidentemente se las ha afectado”.
Las conclusiones del informe de la Comisión de Emergencia Hídrica proponen estrategias en una dirección similar. “Los pueblos del sudeste de Tucumán, debido a las problemáticas relacionadas al embalse en sí, deberían ser reubicados, aunque tal vez no suene bien lo que acabo de decir”, detalla Georgeff. “Otra solución podría ser construir las casas sobre pilotes. En La Madrid, algunos pobladores espontáneamente están construyendo de esa manera sus viviendas”.
Migrar o vivir sobre el agua parecen ser las únicas opciones para los pobladores ante lo inviable de soluciones a corto o mediano plazo. Ambas opciones, sin embargo, conllevan grandes dificultades y la necesidad de una fuerte inversión.
“Trasladar a las personas implica situarlas en un espacio con dinámicas acordes a su estilo de vida anterior y luego, además, trasladar los servicios: gasoductos, viaductos, etc.. No es algo sencillo y su costo sería de millones de dólares por persona. La otra opción, construir toda una ciudad sobre pilotes, también supone un cambio de idiosincrasia muy fuerte”, aclara Georgieff.
Los expertos son contundentes al afirmar que las inundaciones se van a repetir y que la situación no se puede revertir. Y agregan un dato alarmante: se prevé un cambio de ciclo climático de seco a húmedo que podría causar crecidas mayores a las de 2017.
“Estamos saliendo de un ciclo seco conocido como fenómeno de La Niña, que inició en 2018, y entraríamos a un ciclo húmedo que se conoce como fenómeno de El Niño”, explica Georgieff.
“Es probable que en el próximo verano vuelvan las precipitaciones con mayor intensidad que en 2017, con el agravante de que la situación sigue igual. Conocemos que no hubo modificaciones significativas a la fecha de hoy”.
Los técnicos y especialistas consultados coinciden en que, desde 1967 hasta hoy, los sucesivos gobiernos sólo tomaron medidas coyunturales y nunca hubo una política de estado provincial que articule medidas más profundas.
Sostienen, como prioridad, la urgencia de acercar soluciones a las poblaciones y posteriormente proyectar la regularización de las cuencas hídricas en un abordaje serio, sostenido y a largo plazo para optimizar el manejo racional de un recurso esencial: el agua.